EL ÚNICO FINAL FELIZ PARA UNA HISTORIA DE AMOR ES UNA ACCIDENTE ES LA NUEVA NOVELA DEL BRASILEÑO J. P. CUENCA PUBLICADA POR LA EDITORIAL LENGUA DE TRAPO, YA EN LAS LIBRERÍAS DE BUENOS AIRES Y CON PRONTA PRESENTACIÓN EN DICIEMBRE. NUTRIDA DE LAS SERIES TELEVISIVAS JAPONESAS, EL AUTOR NOS REVELA UN MUNDO DONDE EL AMOR NO COME PERDICES.
Es extraño. Un escritor del Brasil escribe una historia de ciencia ficción y amor en Japón. Imposible que de ahí no salga algo nuevo y original.
Parece que de pequeño, Cuenca se encontró con el universo japonés. La televisión brasilera emitía día a día series de acción del país oriental. En esos programas la estructura narrativa era siempre la misma y, al final, un monstruo gigante luchaba contra un robot controlado por humanos o contra un súper héroe vestido de lycra. Los héroes invariablemente destruían la ciudad antes de la derrota del enemigo. El monstruo caía sobre las calles, y era común que utilizasen parte de la ciudad como arma. La ciudad terminaba totalmente destrozada.
Ante ese panorama desolador, el pequeño Joao Paulo se preguntaba “¿dónde están las personas que viven ahí?” Era la primera vez que contemplaba la posibilidad de la desaparición y la muerte.
“Japón, de cierta forma, es un futuro posible para todos nosotros. Después de la fisura que aconteció en la segunda guerra, el país se hundió todavía más en una especie de corte temporal. Japón no sueña, vive el sueño. Los japoneses son soñados por nosotros”.
El escenario, entonces, Tokio: una ciudad ultramoderna, luces de neón y bares bizarros. Una ciudad de personas invisibles, donde la gente viene a ser olvidada. Ahí el hijo de un poeta se enamora de una rumana; la rumana, de una bailarina japonesa; la bailarina japonesa espía y responde a las órdenes de Okuda, el poeta. El poeta observa y controla a todos. En esa ciudad donde nadie se ve, Okuda se encarga de armar una red al mejor estilo Big Brother para arruinarle la felicidad a su hijo. Aunque todo lo demás, como en las series, se destruya con ello.
Los personajes son también extravagantes: una muñeca- robot hecha a medida que guarda las cenizas de la mujer del poeta en su interior; una camarera rumana perdida y de grandes proporciones; una bailarina exótica deseada y dedicada al espionaje; un hombre que ama; un misterioso profesor, mano derecha del poeta; y el Señor Okuda, hombre poderosísimo, obstinado y cruel.
“Okuda es un poeta viejo, premiado, rico. Él simboliza no sólo el poder políticos de los escritores oficiales, sino también el Japón pre-moderno. Esa contradicción está presente en cada aspecto de la vida japonesa. En el libro, eso se encuentra entre el padre y el hijo: lo arcaico y lo moderno”.
En el medio, el encuentro de dos personajes: Shunsuku, el hijo del poeta y Iulana, la rumana perdida. Una extraña historia de amor y sexo, que se verá interrumpida por las crueles elucubraciones del padre, por su deseo de poseer, él también, a la rumana.
“El amor aquí culmina en una obsesión por la posesión del cuerpo. Hay un sentimiento de cosificación radical del otro. No es casualidad que el libro represente la tragedia y el amor bajo la misma llave. La descripción del accidente del tren es erótica, del mismo modo que el sexo en el libro es descripto como una catástrofe, una escena del crimen, una dolencia”.
Jamás hubiese podido suceder esta novela en Río de Janeiro. Pero, ¿qué queda de Brasil aquí dentro? J. P Cuenca piensa que Brasil se encuentra en la cosificación del cuerpo. La mujer-muñeca dice: “yo soy este cuerpo y mi deber con este cuerpo es servir a mi maestro”. “Muchas mujeres de mi ciudad, Río de Janeiro, podrían decir lo mismo”. João Gilberto también aparece mencionado en el libro. Parece que J. P Cuenca lo habría escuchado dos veces en cafés japoneses y que, en una oportunidad, habría abierto un cajón en la casa de un japonés y habría encontrado decenas de disco de él. “Están obsesionados por la música brasilera, aun sin entender ni una palabra de lo que dicen sus letras. De la misma forma como yo estoy obsesionado por el Japón”.
El título ayuda. Es una guía. Pareciera que todo lo que cuenta la novela es una excusa para narrar un instante: el accidente. El único final feliz para una historia de amor es un accidente. Tarde o temprano ocurrirá, ya lo sabemos, y no será una casualidad. No será un trágico designio del destino.
Como un vhs rayado, como un loop, las escenas de ese momento se repiten, se modifican, se desarrollan. Escrita por partes y llena de extrañas incongruencias y fallas lógicas, la novela es un trabajo de espejos quebrados, con pedazos de reflejos esparcidos por el suelo, como le gusta decir al autor.
“No confío en las narrativas estables de ciertos escritores contemporáneos, su ficción de historias bien contadas, sin imperfecciones de estilo y forma –textos realistas y esquemáticos, con personajes bien construidos y lenguaje cristalino, de acuerdo con la tradición anglosajona en boga y con los dictámenes de los talleres de escritura que se multiplican en un medio literario cada vez más institucionalizado. El barco está a la deriva, estamos listos para escorar. La orquesta continúa tocando, pero, si uno escucha bien, las cuerdas están desafinadas”.
Presenciamos, en los primeros capítulos, la explosión. Esa escena volverá tres veces más. Las dos primeras como advertencia. La última como apocalipsis. Ya se nos había anunciado. No había escapatoria. Era imposible que nuestros personajes encontrasen la felicidad. Desde la primera página vivimos la pesadilla. “¿Por qué la pesadilla? Porque estamos despiertos”, dice Cuenca.