En 2010, y esto es real, Ezequiel Neves, uno de los más grandes periodistas y productores de rock brasileño (además de bibliotecario y actor) muere de un tumor cerebral en Río de Janeiro. A su lado, en la habitación del hospital de São Vicente, y esto es ficción, se encuentra el narrador de Mil rosas robadas, un profesor de historia, alter ego del escritor Silviano Santiago, cómplice y amigo de Zeca desde los dieciséis años, cuando se conocieron en Belo Horizonte en la cola del colectivo.
Se suponía, en realidad, que tenía que ser al revés: primero debía morir Silviano y después Neves. De esa forma, se hubiese cumplido el deseo íntimo de nuestro narrador: ser biografiado por la pluma de su amigo. Nadie, nos dice, lo hubiese hecho mejor; nadie en el mundo lo conocía más.
Pero el destino no lo quiso así y Silviano va a tener que arremangarse las mangas de su camisa y ponerse a escribir sesenta años de amistad (se conocieron en 1952), dándose cuenta, de a poco, de que no sólo devela a su amigo, sino también a sí mismo, en una simbiosis milagrosa de narrador y protagonista. Por supuesto, también se hará presente, ahí en primer plano, la escena cultural y contracultural brasileña por la que fueron atravesados y fundados.
Entre biografía, memorias personales y ficción, Mil rosas robadas cuenta el nacimiento y la persistencia del cariño entre dos hombres muy diferentes, dos seres de universos distintos que llegaron a quererse y admirarse. A necesitarse, también. Mil rosas robadas es, aunque sin sexo, su historia de amor.
El narrador, profesor de historia, hombre del trabajo y de los aportes jubilatorios, tiene mucho miedo de vivir. “El miedo fue la única pasión de mi vida”, dice Silviano en una entrevista. Todo lo contrario de Zeca para quien vivir era una experiencia radical, una obra de arte. De ahí el conflicto, la absoluta falta de armonía entre ellos dos y la atracción. La vida peligrosa del protagonista, el modo apasionado/ arrojado en que se relaciona, sus juicios, sus gestos, sus excesos son objeto de fascinación para el narrador.
El libro entero termina siendo el modo en que Silviano se recupera a si mismo y al amigo admirado con quien compartió todo. Es su regalo y su reverencia y, por eso mismo, un inmenso acto de ternura.
La primera estrofa de la canción Exagerado de Cazuza, a quien Ezequiel Neves produjo, y fue su mentor, contiene el título del libro:
“Amor da minha vida/ Daqui até a eternidade/ Nossos destinos foram traçados na maternidade/ Paixão cruel, desenfreada/ Te trago mil rosas roubadas/ Pra desculpar minhas mentiras/Minhas mancadas/ Exagerado”.
Gesto gigante, “exagerado”, el del hombre que le entrega a su amigo tres mil rosas robadas para recordarlo.
Solo Tempestad
Julio 2016