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Amores de hombre

Selva Almada escribió una nueva novela: Ladrilleros. Con un lenguaje simple, pero profundo, la autora crea un clima tenso, lleno de violencia y, a su vez, lleno de ternura y amor. Un amor, que a veces, no salva a nadie.

 

Pájaro Tamai y Marciano Miranda, desde la primera página de Ladrilleros, se están muriendo. Los dos lo saben y reconstruyen la historia con recuerdos, fantasmas y delirios. Todo está dado en ese comienzo, la tragedia ha sido instalada, y en ese desvarío de muerte de los personajes, se reconstruye la trama. Con escenas pequeñas e íntimas de dos familias instaladas en algún pueblo del Litoral, de a poco, ladrillo a ladrillo, se nos contará la desgracia.
Ladrilleros es la segunda novela de Selva Almada (Entre Ríos, 1973) que, desde El viento que arrasa, su primera novela, en el 2012, se convirtió en un referente de la nueva literatura argentina. Y es que sabe contar. Despacio, de modo fragmentario, dando tiempo a la trama, dejando que las escenas vayan conformando el cuadro, la autora nos lleva de las narices a un universo que está cerca y lejos. Lleno de polvo de tierra y estrellas. En un pueblo del Litoral, nos detenemos a observar la íntima cotidianeidad de los personajes con su destino marcado.
La anécdota, quizás, es simple: una guerra entre vecinos, un enfrentamiento de amigos, una herencia contra la que no se puede luchar. Un destino marcado. Habrá sangre. El trasfondo redobla: cómo se aman los hombres, cómo se aman padres e hijos, cómo se aman los amigos. Ahí, en ese espacio masculino, todo se despliega: amor, desamor, rencor, deseo, violencia, enemistad.
Ladrilleros es una novela apasionada- apasionante- y desbordada. En profundo desamparo, sus personajes viven un mundo que no comprenden. Lo transitan con ímpetu, al ataque y a la intemperie, anhelando una libertad que se da de bruces con la violencia. Inevitablemente. Selva Almada crea un clima tenso, de pocas palabras, profundamente real y encuentra la forma que necesita para tal intensidad: una lengua popular, descarnada, frontal, simple, sexual. Pero que, en su simpleza, cala hondo. En palabras de la autora: “para una novela desbordada, necesitaba un lenguaje desbordado”.
Luego, por momentos el registro cambia, y esa lengua embarrada se torna poética. Viajamos de la tierra al cielo, del trabajo diario al delirio: “¿El cielo está más bajo? Blanco como siempre, pero ahora con pequeñas estrellas de picos demasiado nítidos para ser reales”, se dice Marciano en su agonía. Selva Almada nos da un empujoncito hacia el precipicio, nos mueve de acá para allá, por lo menos hasta que nuestros personajes den su último aliento.

 

De Monstescos y Capuletos.

Dos familias rivales. Conocemos la historia: dos que se aman, dos que pertenecen a familias enemigas, dos que mueren. Resuena la tragedia, el amor desencontrado, que no puede ser. Ladrilleros retoma la tragedia clásica de Shakespeare, pero la actualiza con este nuevo y necesario lenguaje, en un nuevo escenario. Los personajes recorren las calles de barro de un barrio pobre del Litoral. Ahí las peleas están a la orden del día. Los niños se educan en baldíos, los perros son envenenados, y los crímenes no se resuelven. En ese clima de resignación, de escenas brutales, vaya uno a saber qué es lo que desencadenó ese primer odio entre familias, ¿por qué murieron Romeo y Julieta?, ¿por qué Marciano y el Pájaro?

Hecha de imágenes, Ladrilleros pasa frente a nuestros ojos. Vemos todo. Asistimos a todo. Por momentos cinematográfica, por momentos poética, esta novela, que encontró una materia que narrar y un modo para narrar esa materia, resulta profundamente argentina. Hoy, seguro, en el baile, otros Pájaros y otros Marcianos están buscando el modo de entender su amor. Quizás no lo entiendan nunca. Vaya uno a saber por qué.

Publicado en Revista Llegás.
Ladrilleros, de Selva Almada.
Editorial Mardulce.

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