Jóven intrépido y encantador, feminista a ultranza, amigo de la juventud y de las variaciones Goldberg, fuimos a hablar con Jorge Ariel Madrazo sobre su nuevo libro y nos enseñó a hacer la revolución, aseguró que el tiempo no existe, y que el poema brilla cuando el poeta deja de mirar su ombligo.
Leer está antes que escribir. Podríamos decir que vivir está antes que leer. Pero no podés vivir todas las experiencias, agotar el vaso de la vida y después leer. Hay que hacer las dos cosas al mismo tiempo.A veces se rinde culto al exabrupto, pero si el exabrupto no está montado sobre la forma adecuada, no sirve de nada. La forma es el fondo. Son inevitablemente lo mismo. Si uno pretende escribir un poema revolucionario, y lo escribe en una forma conservadora pierde todo efecto revolucionario. Y conservadora no en el sentido de que no deba acatar reglas. El asunto es que use las reglas de la estructura y el ritmo y la música interna de un poema para que mantenga la eficacia. Forma conservadora es cuando es una forma escolar que no aprovecha todo lo que aportaron las vanguardias y los grandes creadores.La carta abierta de Rodolfo Walsh, si no fuera un gran escritor, no hubiera tenido el efecto que tuvo. Es una pieza magistral. Tiene un efecto tan brutal, que es como el discurso de Octavio en el Julio César de Shakespeare. Es un crescendo frente al que no se puede ser indiferente. Hay que utilizar los recursos y los riesgos.
Hay que buscar un motivo concreto, y ese motivo debe ser interno. Encontrar la voz que uno necesita para decir eso, que tiene tener toda la carga de lo que uno mamó de todos los grandes creadores que han cambiado la poesía: Rimbaud, Mallarmé, Apollinaire, Vallejo.
Estoy evitando decir que uno tiene que buscar fórmulas.
Yo creo que la poesía debe llegar al sentimiento. Hay un prejuicio, creo, respecto del sentimiento. Se confunde sentimiento con sentimentalismo. Yo creo el poema debe implicar una comunión afectiva, además de una sugerencia tanto de ideas como de intuiciones, de iluminaciones. Las variaciones Goldberg de Bach a mí me transportan. Ahora, no quiere decir que sea una música especialmente empática. Pero hay un juego dialéctico entre los sonidos. Yo creo que la poesía es un juego dialéctico, de fuerzas en tensión que se tienen que oponer, para que salga una tercera cosa que es lo que sugiere el poema. Por eso creo en el contrapunto, por eso me gusta el jazz. El poema que me gusta es el poema que hace un diálogo con sí mismo, que va desarrollando un diálogo como con otro, y avanza en espiral. En un diálogo con algo a develar, con una pregunta, con un otro que no está explícito. Se modificó tanto el sentido de la poesía. Yo creo que ha habido cambios entre las generaciones. Una cosa fueron las vanguardias -la del 22 acá, el surrealismo- que creaban lenguajes incomprensibles, pero que respondían a un espíritu de época. Yo creo que ahora, en las últimas décadas, los poetas, los jóvenes, fueron más bien discutiendo entre ellos, discutiendo entre nosotros.
No porque se escriba necesariamente más difícil. Se ha caído en una discusión muy entre poetas. Antes el poeta, aunque se engañara, quería llegar. Ahora, como no nos engañamos mucho en llegar, se ha convertido un poco en una discusión de cenáculo, la discusión entre los poetas.
Ayer decías Mañana
En todo bien hay una carencia. Yo creo que los más grandes poemas de amor son los poemas de desamor. Creo que en toda sensación de plenitud, en todo momento placentero, está implícito el temor a perderlo. En toda relación está muy latente el miedo. Si uno no tuviera el temor a la pérdida no escribiría. No escribiría siempre en la plenitud.
Se ha combatido más de una vez la idea de que se escribe desde la falta. De hecho, se escribe desde la salud. Ahora, no estoy tan seguro de que uno escriba desde la felicidad. Es decir, yo creo que en el fondo, cuando uno escribe desde la felicidad es por el temor a perderla o por algún hueco que siente ahí. Es como la persona que en mitad de la fiesta se siente solo, y ve a los otros bailar. Una vez me tocó estar en una fiesta, pero muy lejos de las parejas que bailaban. Yo estaba sentado en un sillón, y en un salón estaban bailando. Y de repente sentí la extrañeza de ver a un grupo de robots bailar sin música. Tuve la sensación de ser un visitante de otro planeta. Y creo que eso es el impulso a escribir.
Pero no digo, que uno tenga que escribir en torno al yo, o de lo personal. Siempre se escribe desde uno, eso es inevitable. Cuanto más se salga creo que es mejor. Cuanto más se despersonalice. Pero tampoco se puede lograr por medios ficticios; no puedo decidir quitar la palabra “yo”.
A mí me gusta Pessoa. Hay una enorme capacidad en no caer en el confesionalismo. Lo cual no quiere decir que uno no pueda hablar de sus dolores personales. El tema es no sentirse ombligo del mundo.
En Ayer decías mañana está el tiempo. Por ejemplo, hay una sección que se llama “Ella jura que el tiempo no existe”. Lleva una cita de Celan: “El tiempo / y ¿cómo no?/ tiene también una hora para nosotros/ aquí, en la ciudad de arena”. Y la sección abre con un “Y dijo ella, con enormes pupilas:/ ¿no será tal vez el Tiempo, supersticiosa ilusión, engañifa acariciada / en arenas de tu mente? ¿Y qué si nacimiento madurez finitud / más dicen de tus ojos imperfectos que/ de una Forma / resquebrajándose / en calendas trizaduras/ del vivir?”
El tiempo es una construcción del imaginario cultural. Vivimos en una cultura que mama del positivismo, por lo cual imaginamos todo como una línea de progreso, entonces creemos que el tiempo es una línea hacia delante. Para mí el tiempo va en espiral, y no sé si no puede ir para atrás. Pero además, es una ficción, el pasado no existe. El pasado solamente existe a través de residuos materiales, testimoniales que dicen que esto pasó. Porque encontrás una ciudad debajo de otra, o porque encontrás una foto tuya de hace diez años. Ya no existe ese momento, la foto se ve desde el hoy. Las ruinas se excavan desde el hoy. El recuerdo es una invención del pasado. Pero vos estás inventando ese pasado. Eso es lo que también hace uno en el poema.
Por eso es tan absurdo tomar la nostalgia como un valor del reino perdido. No hay un reino perdido, hay un horror que uno idealiza y que llamamos infancia, donde nunca uno sufrió tanto como en esa etapa, pero que algunos idealizan. Uno se olvida de lo que sufrió en la infancia: de los dolores, de las humillaciones, de los miedos. En ninguna época de la vida, uno está tan desvalido; en ninguna época uno es tan incomprendido que cuando se es chico. Nadie te entiende. O te subestiman. Yo soy femenista a ultranza, pero veo las mamás, con los nenes por la calle, y me dan ganas de pegarles: “caminá bien, pórtate bien”. Tanto la mitificación de la infancia como el engolosinamiento de la nostalgia, que son quizás los elementos poéticos más fuertes, tomados como eje son netamente peligrosos.
Realmente, como decía antes, uno habla desde uno pero debe trascender a uno, pero no por un imperativo ético o ideológico, sino porque el propio ombligo no tiene tanta riqueza. La lucidez respecto de que todo es un préstamo momentáneo, puede ser enfermizo si uno piensa mucho en eso. Si uno está pasando una noche hermosa, con la persona amada, con velas, y vino, y música de Vivaldi, y si uno piensa, “puta, ¿cuánto puede durar esto?” es un jodido. Pero en el fondo del almita, está la conciencia de que uno justamente se pone las pilas para vivirlo al mango porque sabe que es pasajero. En ese momento tan hermoso, uno es consciente de que debe vivirlo con mucha felicidad, hay como un mandato interno.
Este es un poco el tema.
Entrevista realizada por Natalia Monsegur y Paulina Aliaga
Revista Lamás Médula
Octubre 2012