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¿Por qué no leo?

A veces no puedo leer. Tengo una biblioteca grande, y muchos libros -maravillosos- que aún no leí. Pero hay momentos en que no puedo leer. Agarro el libro, me siento, arranco y lo dejo. Una parte mía se enoja por eso. Se da cuenta de que algo pasa, de que lo que antes ocurría con absoluta naturalidad ahora está trabado. ¿Por qué? ¿Qué pasa conmigo? ¿Qué pasa con mi cerebro? 

Por eso escribo esta entrada, para entender qué es lo que pasa cuando no leo. 

Es verdad que cada uno es único e irrepetible, pero todos formamos parte de la misma especie, por lo tanto, creo que todos tenemos un comportamiento similar, así que los motivos por lo que, en ocasiones o temporadas, puedan impedirme la lectura, segura y honestamente, nos calcen a todos, sin pecar de soberbia. 

El punto es este: la ambivalencia del mundo. A veces lo sentimos simple y a veces lo sentimos complejo. Cuando podemos sentirlo y sentirnos simples, leemos; cuando lo sentimos y nos sentimos complejos, no leemos. 

No pasa lo mismo con la escritura. Así siento yo, al menos. La escritura ordena el caos del mundo. Nos pone a tierra, nos limpia la mirada. Y la mente. La lectura necesita de la calma. Sin calma no hay lectura. Sin entrega no hay lectura. Y a la entrega le hace mucho daño la dispersión. La complejidad del mundo -que no es lo mismo que su vastedad- es el responsable de mi, por momentos, incapacidad para leer. 

Es como si este mundo, de repente, me hubiese revelado que yo también pertenecezco a esa etiqueta extraña que es el ADH, el síndrome de hiperactividad. De repente, con puede mantener mi atención más de diez minutos que ya estoy saltando a otra cosa. Lo siento y he notado que, si no me ocupo de esto, cada día puede ser peor, o convertirse en parte de mi personalidad. 

Es cierto, hay muchas cosas interesantes y muchas cosas por hacer. Pero, ¿por qué a medida que escribo esto me asaltan unas adictivas ganas de meterme en la red social para ver qué es lo que ha pasado? No cambió nada desde que entré hace diez minutos. Eso es seguro. ¿Qué me pasa? ¿Cómo me convertí en esta persona tan manejable por el circo de las vanidades de la Internet? 

Esa es la complejidad del mundo de la que hablo. Esa complejidad, y no la vastedad, es la que está haciendo que mi cerebro no funcione bien. Porque esa complejidad me genera algo muy, pero muy cercano a la ansiedad. 

Está bien por momentos interesarse en otras cosas, tener ganas de escribir, de ver una película, de salir a pasear, de juntarse con los amigos, de encontrarse en círculos para sanar; lo que no está bien, al menos, no está bien para mí, es encontrarme sometida por la red social, por la complejidad del mundo, que no sólo no me deja leer, sino que también merma mi creatividad. Y la verdad es que ambas cosas son sagradas, y yo, no estoy siendo responsable con esa sacralidad que se me dio. 

También está bien ser un lector de aliento corto, que prefiera los cuentos, los ensayos o la poesía, a las novelas o los ensayos más extensos. Hay un ritmo en cada uno que va variando, como olas, en distintos momentos de cada quien. Lo que no está bien es que esa mar sea artificial y nos manejen el cerebro. Eso sí que no está bien. 

¿Cómo resuelvo esto? No me quiero poner estricta conmigo misma y decirme que evitaré consumos digitales. La verdad es que también me encanta ese mundo. Pero sí habrá que estar al tanto para que la vitalidad no nos sea drenada y no podamos seguir leyendo novelones o escribiendo, perdidos en algún lugar del astral, por horas. Que nadie nos robe la capacidad de nuestro cerebro y nuestra alma de seguir enriqueciéndonos de este vasto y sencillo mundo. 

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