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Cabezas colapsadas

Los escenarios de la vida me enfrentaron -en reiteradas ocasiones- al monstruo del autoboicot. Dicho mal y pronto, mi mente me llevó (y me lleva) muchas veces por caminos que me alejan, en términos filosóficos, de la virtud, es decir, la verdad, la justicia, la belleza. De algún modo, cualquier hecho que nos aleje de esa experiencia es eso, un pellizco del autoboicot. 

No somos seres perfectos, ni nunca lo seremos. Pero sí podemos tomar consciencia sobre algunos de nuestros mecanismos. El autoboicot nace de un pensamiento, se sustenta y nutre de él. Ese pensamiento está orientado, en la mayoría de las veces, a la autovaloración y a la impotencia, pero por debajo de él, lo único que hay es temor. El autoboicot está basado en el temor y el miedo al cambio.  Es bonito detenernos a escuchar las voces que nos toman e ir desmalezando la… tontera… y encontrar lo que hay de fondo. 

Pero el autoboicot genera conductas a mediano y largo plazo y por eso tenemos que estar atentos, porque atenta contra nuestro bienestar. Por ejemplo: abandonar el libro que estoy leyendo para prender la televisión o entrar al Facebook es autoboicot; comer el paquete de galletitas en lugar de cocinarnos ese guiso que teníamos pensado es autoboicot; intentar meter en un mismo día tantas actividades como sea posible es autoboicot; ir hacia delante con actitudes o situaciones que me hacen daño es autoboicot. 

La mente que nos hace tomar decisiones tontas, porque, en verdad, ningún pensamiento “bello” puede hacernos daño ni alejarnos de aquello que nos hace bien, o de aquello que, como héroes, estamos destinados a realizar. Pero ¡cuán acostumbrados estamos a lo bobada! Yo, en mi caso particular, he estado acostumbrada por años, incluso décadas. Ahora, por lo menos, me escucho y me doy cuenta del pensamiento, antes ni me daba cuenta de qué pensaba. Qué bárbaro, ¿no? No tener registro de lo que se está pensando. Llegar al límite de tener una sordera incluso interior. 

Mucho se ha dicho y escrito acerca de esto. Y rindo homenaje a esos grandes espíritus y pensadores que pusieron la lupa sobre ese mecanismo interior que tenemos los humanos y que tan mal nos hace. 

Nadie quiere estar a kilómetros de si mismo, y eso es lo que ocurre con ese rumiar de la cabeza y el autoboicot. De repente, Natalia está de un lado del río Luján y su alma, del otro. Todos tenemos esos días buenos de sosiego que quisiésemos que fueran nuestra realidad, nuestra cotidianeidad. Pero que no lo logramos, porque decidimos en otra dirección.

Recuperemos el poder sobre nuestras decisiones. Volvamos a escribir, volvamos a leer, volvamos a informarnos de verdad, volvamos a pintar, a cantar, a dibujar, a compartir conversaciones, volvamos a aprender. Sólo eso nos salva, las alas mismas de la virtud. 

En estos días de cuarentena donde la cabeza está tan activa y reactiva sólo aquello que de verdad nos hace bien puede darnos un poquito de paz y espantar ese monstruo del autoboicot, que no es otra cosa que miedo. Miedo al futuro, miedo al dinero que perdamos, miedo a las relaciones afectivas, miedo a contagiarme, miedo a que se contagie otro, miedo a no recuperar la normalidad. Miedo, miedo, miedo y autoboicot. Sabemos lo que enciende nuestra alma, así que vayamos a por ello. Y si aún no lo sabemos, buena oportunidad para examinarse y comenzar a pispear la posibilidad de encontrarlo.  

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