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Siento a Gabo

Con Gabo siento muchas cosas. ¡Qué ridícula! ¡Y quién no! Pero es verdad. Con Gabo siento muchas cosas. Sobre todo, lo que más siento es calidez en el corazón. Un regocijo. Como si pensar en él, me trajera un poquito más a casa. Y también, como pasa con los enormes, un alivio de que este mundo haya gozado con su presencia. Menos mal que anduvo por estas tierras para contarla. Menos mal.

Cuando pienso en Gabo entonces se me calienta el corazón, y suben los recuerdos mágicos llenos de admiración. No sé. Esa búsqueda interminable porque en su cuento hiciera calor, aquel viejo ángel que nadie en el pueblo entendió, los dos enamorados eternamente navegantes, esa entrevista en El olor de la guayaba en donde dice que si uno tiene que atravesar la oscuridad, mejor lo haga de la mano de una mujer; o esa frase cuando recibió el premio Nobel: “los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.

Gabo me da ganas de vivir.

Había escrito que me da ganas de vivir mágicamente y lo edité.

Pero creo que él más que nadie dejó en claro que de eso se trata Vivir. Vivir mágicamente es vivir.

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